By STEPHEN KING
Los angeles reedici?n del primer libro de esta serie supondr? todo un acontecimiento para los incontables enthusiasts de Stephen King. En ella, Roland de Gilead, uno de los h?roes m?s enigm?ticos del autor, debe perseguir al Hombre Negro por el desierto para que le revele los secretos de l. a. Torre Oscura, un edificio m?tico que se encuentra en el nexo de todos los universos. Tras correr innumeralbes peligros, "el pistolero" comienza a formar el equipo con el que viajar? professional distintos mundos.
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Les tocó a todos recibir y a los que venían detrás también. Los cuerpos cayeron derribados como si fueran espantapájaros. En todas direcciones volaban chorros de sangre y fragmentos de cerebro. Se detuvieron por un instante, acoquinados, y el rostro de la turba se descompuso en múltiples rostros individuales, temblorosos y desconcertados. Un hombre echó a correr describiendo un gran círculo aullador. Una mujer con ampollas en las manos alzó la cabeza y cloqueó febrilmente hacia el cielo. Otro hombre, al que había visto antes gravemente sentado en los peldaños de la tienda, se ensució bruscamente en los pantalones.
No tocarás a la Desposada del Señor! - ¿Qué te apuestas? - replicó el pistolero, sonriente. Avanzó hacia ella. La carne que recubría el inmenso armazón empezó a temblar. Su rostro se había convertido en una caricatura de loco terror y su mano se alzó hacia él con los dedos extendidos en el signo del Ojo. - El desierto - dijo el pistolero. ¿Qué hay más allá del desierto? - ¡Nunca lo atraparás! ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Arderás! ¡Él me lo dijo! - Lo atraparé - le aseguró el pistolero. Ambos lo sabemos. ¿Qué hay más allá del desierto?
Está él desesperado? - No lo sé. - ¿Y usted? - Todavía no - dijo el pistolero. Luego, mirando a Brown con una pizca de desafío, añadió -: Hago lo que tengo que hacer. - Entonces ya va bien - asintió Brown. Se dio la vuelta y se dispuso a dormir. Por la mañana Brown le dio de comer y salió a despedirlo. A la luz del día era una figura sorprendente, con el pecho huesudo y atezado, las clavículas como lápices y una ensortijada mata de pelo rojo. El ave estaba posada en su hombro. - ¿Y la mula? - preguntó el pistolero.