By Konrad Lorenz
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Sample text
Mi gran cámara fotográfica nunca produjo esta conmoción, pese a ser negra y llevarla en la mano; pero las grajillas empezaban a chillar y me atacaban cuando sacaba las tiras de papel negro del depósito de película, tal vez porque el viento las movía. Nada importaba que las grajillas me reconocieran como inofensivo y me aceptaran por amigo. En cuanto tenía en la mano algo negro que se movía, me convertía automáticamente para ellas en un asesino. Lo más sorprendente es que ni siquiera las grajillas quedan libres de esta hostilidad.
El macho número dos aceptó inmediatamente a la hembra número uno cuando fue colocada junto a él. Pero tengo la impresión de que no fue porque no notara diferencia alguna, ya que sus movimientos, tanto en el relevo de la guardia como siempre que se encontraba con ella, parecían haber ganado en ardor e intensidad. Por su parte, la hembra correspondió en seguida a las ceremonias del macho y aceptó sin remilgos su misión de colaborar en el cuidado de la prole. Este detalle me pareció poco significativo, porque la hembra de Herichthys mantiene la atención concentrada en el enjambre de pececitos jóvenes, a semejanza de una clueca celosa, mientras que en el macho sólo ve al defensor de la familia y al que la releva temporalmente de su obligación.
Los acontecimientos se desarrollaron de modo completamente distinto en el otro acuario, donde había puesto la hembra número dos con el macho número uno y los hijos de éste. Esta hembra también tenía ojos sólo para el pelotón formado por las crías, y nadó inmediatamente hacia el mismo, colocándose encima y empezando, después de superar la inquietud derivada del cambio, a agrupar los pececitos como pudiera hacerlo una clueca alarmada. Es exactamente lo que hacía la hembra número uno en el otro acuario.